Reconozco que en el pasado fui una abusadora del café y que en el presente lo bebo como excusa para disfrutar lo que se teje y desteje en su entorno. Me tomo un café para calmar el frío, para conversar, para despertar. Me tomo un café para verme con el otro por puro gusto, mientras contemplo el atardecer y para no perderme el amanecer. Bebo café para que la reunión sea más larga o más corta, para conocerse en el break, para redondear la sobremesa, para hacer hora y para respirar calor. Ahora, justo ahora, me tomo un café del recuerdo pues fue preparado en 1999. Es un café con aroma a nostalgia, a música y a canto…
CAFÉ DEL CERRO
“En mi ciudad brilló un día el sol de primavera en mi ventana, me fueron a buscar. Anda toma tu guitarra tu voz será de todos los que un día tuvieron algo que contar...”. Mientras la letra brota espontánea de los labios de un coro improvisado compuesto por el público, Marcelo sólo se preocupa de que las cuerdas hagan lo suyo. Y es que aunque se supone que él es el del talento vocal, para los treintones presentes es irresistible evocar la canción con que Santiago del Nuevo Extremo conquistó a los soñadores de los ’80.
La agonía de A Mi Ciudad es coronada por aplausos. Una expresión de reconocimiento que enfatizan los zapateos de otro tipo de asistentes que por esos días –el de sus padres- ni idea tenían de quién era un Eduardo Peralta, un Patricio Manns o un Gitano Rodríguez. Hoy, si saben algo, es nada más que del pasado de cantante de estos hombres. Ignoran que fueron, junto a otros, integrantes de un movimiento musical que conmovió el espíritu de una generación: El Canto Nuevo Chileno.
Pero lo que en el pasado fue nuevo, en la actualidad sólo es parte de un legado histórico y, en este caso, musical. Un pasado que -a meses del 2000- debe resignarse a revivir sólo los viernes y sábado por la noche en Las Nueve y Diez, uno de los tantos bares de Bellavista que aún mantiene aferrada a sus murallas los afiches del Che Guevara, y donde los pergaminos con los poemas de Neruda también hacen lo suyo.
La atmósfera densa del lugar es la misma que existía en la época de las letras con contenido, se fuma en la misma proporción. Las melodías son idénticas. Entonces, ¿qué ha cambiado? La respuesta salta a la vista. La gente que antes se contaminaba los pulmones con nicotina está más vieja y, lo más importante, el escenario es otro. Ya no está ni la Peña de los Parra –actual Centro Cultural Carmen 340-, la Casona San Isidro ni tampoco el mítico Café del Cerro. Todos ellos espacios donde se dieron cita los representantes del Canto Nuevo.
La voz de los ochenta
“Café del Cerro, Corazones rojos”, dice el letrero que cuelga de la fachada de esa casa azul en la calle Hernesto Pinto Lagarrigue de Bellavista. Anuncio que quedó desde el lanzamiento del libro de Los Prisioneros. Hay quienes al pasar por la vereda no pueden dejar de sentir nostalgia y es que ese nombre, Café del Cerro, y ese edificio, son parte de un pasado glorioso y mítico.
Una época de creación artística, el tiempo del Canto Nuevo, donde la taquilla era frecuentar el Café del Cerro, albergue de artistas, poetas y jóvenes soñadores. Era la época de los ochenta y ese local era la moda. En ese lugar nacieron grandes cantautores, los ladrillos al descubierto de sus paredes son los testigos que conservan las melodías de las guitarras de Eduardo Gatti, Eduardo Peralta, Schwenke&Nilo, entre muchos otros.
Los Prisioneros, a fines de la década de los ochenta, con sus letras contestatarias a un sistema al cual no querían pertenecer se dejaban escuchar con fuerza.
En ese lugar se tejía la historia de años que corrían bajo la censura, Café del Cerro era sinónimo de buena música, de música con contenido con tintes ideológicos. Significaba diversión sin parafernalia, lo acústico era lo importante. Un lugar pequeño, con suelo en desnivel donde los grandes artistas de ahora y de entonces, actuaban frente a una galería y a mesas en las que los comensales empuñaban bien sus copas mientras cantaban afanosos “tu silueta va caminando con el alma triste y dormida ya la aurora no es nada nuevo pa’ tus ojos grandes y pa’ tu frente...”
El bar en donde bebieron y más de alguna vez se inspiraron los representantes del Canto Nuevo, aún sigue igual, en madera natural y troncos a la vista. Cuesta imaginar que ese lugar, en el que ahora bailan jóvenes desenfrenados al ritmo del tecno, era el centro neurálgico de un movimiento que logró traspasar los límites políticos, en el que la música era más que simple y pura diversión como ahora.
“Tenía 17 años cuando vine por primera vez al Café del Cerro, vi a Los Prisioneros y después estuve casi toda la noche en el patio. Ahí uno se encontraba con todos los actores y cantantes famosos de la época”, recuerda Matías Álvarez, encargado del área de Marketing de la Discoteque Zoom, el local que actualmente funciona en las dependencias del Café del Cerro.
Ya nunca volverá
Hay quienes creen que las segundas partes nunca son buenas. Pero, y siguiendo en la línea de las frases populares, también dicen que la excepción hace la regla. Quizás la vuelta del Café del Cerro pueda reafirmarlo.
El monólogo de Matías Álvarez no da pie a malos entendidos. Por eso desde que comienza a soltar sus palabras deja en claro que productora Zoom sólo intenta rescatar la calidad de mecenas que tuvo en su época el antiguo local. “Se trata de dar un espacio a los nuevos grupos de música nacional para que estos puedan darse a conocer al igual como lo hicieron Los Prisioneros en el Café”, confiesa Matías aclarando que en ningún caso se empleará el mismo nombre.
Si bien la idea está aún en el aire, ésta no es más que la materialización de lo que la ex – Rockola, y actual Zoom, viene haciendo desde hace un tiempo: dar cita a quienes no pueden escuchar su música en los puntos de reunión tradicionales.
Pero está claro que ese toque de clandestinidad que tenía el Café en los ochenta ya no volverá. Nunca se vio entrar a los “pacos” arrasando con todo al local, pero ellos siempre estuvieron afuera, al lado, rodeándolo. Bellavista era un sector confuso, más El Café del Cerro era sabido y se corría la voz que allí se reunía la creme de la izquierda chilena.
Para todos ellos este lugar era un verdadero oasis “ahí nadie nos molestaba ni nos sentíamos presionados por cantar a viva voz letras contra la dictadura con una cerveza en la mano”, nos cuenta Felipe Pizarro un asiduo visitante del Café al que le brillan los ojos de sólo pensar en la idea de reeditar una versión de su sitio de parranda predilecto de universitario.
Son tantas las historias que se fueron con la desaparición del Café, que los universitarios de la época mantienen en sus mentes cada diálogo que allí se entablaba, como la rabieta de Jorge González –vocalista de Los Prisioneros- en la que mandó al público a escuchar la “la mala música de Gatti”.
Para muchos el Café del Cerro nunca debió desaparecer, pero una vez que las cortinas de fierro se bajaron y el letrero con su nombre fue quitado de la fachada, una década de la noche santiaguina murió. Ese letrero que ahora cuelga rememorando el antiguo nombre, fue la ficción de una noche en la década de los noventa, de la generación X que no sabe mucho del Canto Nuevo, pero que igual tararea las canciones en las viejas rincones de Bellavista.
Sonidos del Café del Cerro
Pincha aquí para escuchar un recital de Schwenke&Nilo en el Café
http://www.schwenkeynilo.com/m3/cafecerro/cafecerro.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario